Para contar esta historia, que provocó un verdadero escándalo en Italia y más allá, Bellocchio imaginó un gran fresco barroco en el que se mezclan lo íntimo y lo político, lo dramático y lo imaginario: las caricaturas que cobran vida ante los ojos del Papa Pío IX (Paolo Pierobon), el desenganche nocturno de Jesús de su cruz y la truculenta escena en la que el pontífice se imagina en la cama, rodeado de rabinos dispuestos a circuncidarle en represalia.
A partir de esta figura pontificia, el cineasta italiano dibuja el retrato vitriólico de un hombre aparentemente bueno pero auténticamente cascarrabias, voluntariamente reaccionario ("El progreso lleva a la ruina", afirma), con una fuerte tendencia a la humillación, como en estas escenas incómodas, A veces obliga a los representantes judíos (los auténticos) a besarle los zapatos, o al joven héroe, ya adulto (Leonardo Maltese), en pleno exceso de sumisión y definitivamente abrazado, a dibujar con la lengua tres cruces en el suelo de mármol de una basílica.